Simbología martiana e intertextualidad.
Prof. Carolina Gutiérrez Marroquín
Universidad de Holguín “Oscar Lucero Moya”
Mucho se ha
escrito sobre el carácter simbólico de la obra martiana, ese modo de conferir a
voces usuales del coloquio una nueva dimensión que se descubre solo con el
ejercicio de la mente. En la simbología martiana no hay pretensión de oscurecer
la frase, ni de hacer gala de erudición, hay solo el intento noble de
revelarnos la existencia de la poesía en todo cuanto nos rodea a partir de
asociaciones entre lo conocido y lo nuevo que quiere dar a conocer.
Los
símbolos fueron casi el lenguaje universal de la teología antigua y el método
más obvio de instrucción que la humanidad conoció. Los sabios antiguos transmitían
sus conocimientos a través de símbolos, parábolas y sentencias que se
consideraban sagradas y debían transmitirse inalterables de generación en
generación.
Martí, como
un sabio de la antigüedad, concibió una obra destinada a contribuir al perfeccionamiento moral y al enriquecimiento intelectual del hombre de todos los
tiempos. Para ello se valió del lenguaje
sentencioso y profético propio de las antiguas escrituras, quizás, queriendo
mezclar su voz con ellas en el oído y el pensamiento popular.
Un autor de invención inagotable como
Martí tenía que crear su propio sistema de símbolos, nacido de su observación
aguda y su inmensa capacidad creadora para establecer analogías y relaciones
inadvertidas hasta el momento. No por casualidad Dámaso Alonso (1942) consideraba que “el
símbolo es el vértice más alto de la creación artística.”
Los símbolos creados por Martí han
sido clasificados por Ivan Schulman
(1960) del siguiente modo: símbolos de la naturaleza (ejemplos: paloma, ala,
astro, laurel), espirituales (cruz, sangre, espina, ángel),
mitológicos y clásicos (Prometeo,
Pegaso, cisne), minerales y metálicos (oro, plata,
perla, ópalo), de indumentaria (toga, túnica, guante, manto) y símbolos de color (blanco, negro, amarillo, verde).
Solo un tipo
de ellos, los símbolos de la naturaleza, tiene valor trascendental. La
predilección de Martí por aquellas asociaciones relacionadas con los elementos
de la flora, la fauna y el universo celeste es evidente a través de toda su
obra tanto en prosa como en verso.
Si seguimos
los criterios de Barthes, (1968), notable filólogo
contemporáneo, de que todo texto es intertexto, y de
que en cada obra subyacen elementos
expresados ya en muestras de la cultura anterior, cabría preguntarse entonces:
¿de qué fuentes se nutrió el Maestro? ¿qué elementos intertextuales
aparecen en su obra?
Obviamente,
por su carácter simbólico, por el asunto y lenguaje, las sagradas escrituras
constituyen un claro ejemplo de intertextualidad. Pero en una obra tan vasta y
rica, como es el caso de la obra martiana, no puede haber una única fuente.
Según José Ballón (1986) el sistema de símbolos concebido por Martí
responde a la identificación literaria-intelectual del Maestro con el
pensamiento del eminente ensayista, poeta y filósofo Ralph
Waldo Emerson, figura
prominente de la cultura estadounidense del siglo XIX. Se sabe que Emerson en el terreno filosófico había encabezado el
Trascendentalismo y en el literario había iniciado el Renacimiento
Norteamericano. Ballón no menciona ninguna otra fuente.
La
asimilación que se produce en Martí del pensamiento norteamericano a partir de
su arribo a EEUU en 1880 ha sido analizada como hecho medular en su formación
intelectual. Autores como Angel Rama (1974)
consideran que esta circunstancia extraordinaria debería dividir la obra del
Maestro en dos épocas: antes de su asentamiento en New
York, que le permite conocer la cultura
norteamericana, y después. Este mismo
autor sostiene que en 1880 se produce un “viraje fundamental” en la obra del
Maestro. Por su parte, Manuel Pedro González (1974) considera que la obra martiana es realmente
de “carácter fundacional” a partir de 1880 y no antes.
Estos
autores olvidan la formación hispánica, el conocimiento de la cultura
occidental y su identificación con la cultura de “nuestra América” como
elementos conformadores del universo ético y estético del Maestro. Es criterio
de la autora que existe una tendencia a sobrevalorar
la importancia del contacto de Martí con la cultura norteamericana, en especial
con el pensamiento de Emerson, atribuyéndole a este
contacto una significación que en ocasiones parece ignorar otros presupuestos
constitutivos de la obra del Maestro. La autora no niega en modo alguno la
importancia que tuvo para Martí el conocimiento de un mundo nuevo, pujante y
arrollador, completamente diferente a los pueblos de América, e incluso
diferente al mundo europeo, en cuanto a su enriquecimiento y desarrollo
intelectual; pero jamás ignoraría o minimizaría la importancia que tuvo en su
formación como artista y pensador su estancia en España y en los diversos países de América que
visitó.
Ballón
(1995) trata de explicar el hecho de modo razonable considerando que a partir
de esta fecha se produce “el vigoroso desembalse de la creatividad martiana, que
había estado tomando cuerpo y buscando cauce propio en los años previos.” No
hace referencia alguna a otras fuentes fundamentales en la formación de su
universo conceptual, pero al menos queda clara la existencia de “algo” que ya
venía gestándose y que buscaba su propia voz. Ese “algo” es el resultado de un
amplio conjunto de influencias que habían operado ya en el Maestro cuando éste
llegó a los EEUU.
Según Schulman
(1960) hay dos importantes teorías del símbolo que ejercieron un posible
influjo sobre Martí en su manera de concebir las formas simbólicas. La primera
de ellas es la de Ralph Waldo
Emerson, y la segunda, la teoría de los simbolistas
franceses, cuyos máximos exponentes fueron Baudelaire
y Mallarmé, lo que resulta justo, puesto que hubiera
sido inconcebible referirse a las fuentes literarias de un autor sin mencionar
las tendencias fundamentales de su tiempo. En este sentido, el simbolismo
francés resultaba la novedad en la segunda mitad del siglo XIX, por lo que es
indudable que Martí tuvo que conocer y dominar su esencia. Schulman
tampoco menciona otras fuentes.
Sin
embargo, Leonardo Acosta (1985) plantea que Martí utiliza tres fuentes básicas
en la conformación de su sistema simbólico: la greco-latina cristiana de la
tradición literaria occidental, que los otros autores parecen ignorar y que
hemos precisado como fuente esencial; la orientalista esotérica, común a
teósofos, rosacruces etc. y el mundo simbólico de los pueblos antiguos de
América. Acosta no incluye la obra de Emerson como
fuente básica de la simbología martiana, ni menciona a los simbolistas
franceses.
Lo cierto es que todos en alguna medida tienen
razón. La autora considera que el sistema de símbolos empleado por Martí nace
de todas las fuentes antes mencionadas, sin excepción. Así, sería exacto
afirmar que el sistema de símbolos martianos tiene como fuentes fundamentales:
1.
La tradición literaria greco-latina -cristiana de occidente.
2.
La Teoría de los simbolistas franceses
3.
La Teoría del símbolo de Emerson
4. La tradición orientalista esotérica
5. El mundo simbólico de los antiguos pueblos
de América.
De cada una de ellas bebió y conformó un
notable sistema de símbolos que empleó tanto en la prosa como en el verso.
En el prólogo a Versos Libres (1882)
Martí presenta a través de símbolos una doctrina literaria que
posteriormente sería la constante estética de los modernistas:
Amo las sonoridades
difíciles, el verso escultórico como la porcelana, volador como un ave,
ardiente y arrollador como una lengua de lava.
(16:131)
En esta
concepción martiana resulta evidente la influencia de los más sobresalientes
postulados estéticos de la época. Martí alude a la estética de los parnasianos
que abogaban por la excelencia formal y
el verso perfectamente construido cuando se refiere al “verso escultórico,
vibrante como la porcelana”. Recuerda los preceptos simbolistas cuando dice
amar “las sonoridades difíciles”. Martí funde la estética de los parnasianos y
simbolistas en su definición de lo que ha de ser el verso, y a continuación
agrega las cualidades esenciales que a su juicio deben caracterizar a la nueva
poesía para que ésta no se reduzca a la burda imitación de moldes europeos: el
verso debe ser “volador como un ave”, único animal capaz de remontar el vuelo a
las alturas, y apasionado, vehemente y arrollador como “una lengua de lava”.
El pasaje
continúa con una construcción impresionista:
El verso ha de ser como una
espada reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un guerrero que va
camino al cielo, y al envainarse en el sol, se rompe en alas. (16:131)
Los
elementos de la naturaleza a los que se refiere: ave, lava, cielo, sol, alas,
están despojados de su sentido denotativo y en el texto martiano adquieren
dimensión simbólica. No se trata de símbolos tradicionales, universalmente
reconocidos, sino de un sistema de símbolos con el sello martiano.
Este tipo
de verso, tal como lo definiera Martí solo podría nacer de un poeta en el que
se conjugaran, por extensión, iguales cualidades. En carta dirigida a su amigo
Manuel Mercado se describe a sí mismo con dos formas simbólicas:
Yo tengo en mí algo de caballo
árabe y de águila, con la inquietud fogosa de uno, volaré con las alas de la
otra. (20:25)
El cubano
reconoce tener el brío impaciente del corcel y las potentes alas del águila
para ascender a lo más alto con empuje y fuerza incontenible; por tanto, puede
crear el verso “ardiente y arrollador como una lengua de lava” y el verso
“volador como un ave”, tal como lo definiera.
El ala, el
vuelo y la penetración en las altas capas de la atmósfera son las cualidades
naturales simbolizadas y representadas espiritualmente en forma de ave y
águila. Caballo árabe y lava, son en este caso tropos afines. Lo mismo que
existe una relación intelectiva entre los tropos ave-águila, así también existe
una correlación entre las formas simbólicas caballo-lava.
En el
ejemplo anterior no solo está presente la influencia de parnasianos y
simbolistas, sino también la relación de conceptos abstractos con elementos de
la naturaleza como veía siempre Emerson. Sin embargo,
esto no es todo.
Al
referirse al guerrero que va camino al cielo y que al envainar su espada en el
sol se rompe en alas, Martí traza una clarísima representación de Quetzalcoatl, el hombre dios tolteca, el máximo héroe y
símbolo central del mundo mesoamericano. Es el rey mítico que abandona su reino
para dirigirse al este, donde levanta una pira funeraria para su propia
destrucción, consciente de que solo su sacrificio podría salvar a su pueblo. Al
quemarse su cuerpo su corazón se elevó al cielo y se transformó en astro, en
energía luminosa, en Quinto Sol y salvó al Universo, según la leyenda.
La transformación de
los hombres en astros es la meta final de las eras sucesivas de la cosmogonía
náhuatl. Quetzalcoatl es precisamente el primer
hombre que por su propio esfuerzo creador se convierte en energía luminosa. Lo que si es común a todos
los símbolos tales y como son reproducidos en la iconografía mesoamericana es
su vinculación con el Sol como fuente de luz. Martí emplea imágenes solares en
reiteradas ocasiones, principalmente en su poesía. Por ejemplo:
Y mi águila
infeliz, mi águila blanca
Que cada noche
en mi alma se renueva,
Al alba
universal las alas tiende
Y, camino del
Sol, emprende el vuelo.
(Aguila Blanca)
Estas referencias a veces son solo alusiones rápidas, como
visiones, pero que hacen evidente el
empleo de una simbología muy relacionada con los elementos de la naturaleza,
que recuerda el sistema de analogías de Emerson, pero
que también remite al mundo simbólico de
los pueblos antiguos de América. Por ejemplo
cuando escribe:
...Vengo del
Sol y al Sol voy... (Versos Sencillos)
...Salto al Sol, como
un ebrio... (Hierro)
...Y brota, frente al
Sol, el pensamiento... (Canto
religioso)
Por si no fuera suficiente, queda expuesto en uno de sus
poemas incluido en Versos Libres su deseo de imitar la proeza de Quetzalcoatl, con un acto de sacrificio que recuerda la
inmolación del dios tolteca.
Al limpio Sol
mis armas he jurado
Y sufriré en la
sombra hasta que pueda
Mi acero en
pleno Sol dejar clavado.
(Cual de incensario roto)
Su identificación con símbolos pre-hispánicos
pudiera discutirse si se tiene en cuenta la universalidad del culto solar y de
la utilización por todos los poetas de Occidente y de Oriente de símbolos
solares que se incorporaron al cristianismo a través de otras vías, pero en
algunos casos Martí explicita la fuente, como cuando dice:
Y me alzará como cadáver indio,
Me tendrá expuesto al Sol, y de sus brazos
Me iré perdiendo en el azul del cielo.
(¿Cómo me has de
querer?)
Entre los principales
elementos en la estructura mitológica náhuatl que a su vez aparecen entre las
llamadas palabras claves o signos en la obra de Martí, se encuentran la
serpiente, el rayo, el relámpago, el tigre, el águila, la mariposa, las plumas
y las flores, que son símbolos de la naturaleza
que nos recuerdan el mundo de analogías que había advertido Emerson.
Las ideas
religiosas de la América autóctona son tomadas por Martí como ideas poéticas,
según su principio de considerar la religión como una forma de la poesía. Del
mismo modo asumió las ideas expuestas en La Biblia, el Popol
Vuh, El Libro sagrado de los Vedas, y otros textos fundadores
de la religión universal.
Si
consideramos el lenguaje poético-simbólico de Martí como un código, las
diversas fuentes a las que hemos aludido: greco latina, cristiana, cultura
oriental, teoría analógica de Emerson,
parnasianismo, simbolismo y cultura
mesoamericana pudieran verse como códigos auxiliares que él utilizó como subcódigos, y que incorporó a su universo poético por
considerar que se adecuaban a la esencia de su pensamiento y podían comunicar
eficazmente la visión de su mundo interior y exterior.
La intertextualidad sale a cada paso. Ningún
individuo puede desprenderse de la herencia cultural milenaria que recibe al
nacer. El escritor tampoco. No cabe duda que Martí creó un sistema de símbolos
propios, pero ahí estaban ya los elementos constitutivos del sistema que creó.
Tomó de ellos lo que expresó mejor su condición de poeta y de redentor social,
y esto lo hace heredero del patrimonio cultural de la humanidad.
Segre (1985), importante lingüista alemán, que prefiere hablar de
“estructuras que se implican”, en vez de hablar de intertextualidad, aunque
ambos conceptos están muy próximos, opina que esta idea “sienta las bases para
la consideración de toda una cultura
como un texto único.” Martí, que siempre quiso unir al hombre en la
construcción de un mundo mejor basado en la igualdad y la justicia, habría
aplaudido esta idea: Un solo pueblo, una sola cultura: la mejor.